Este era el primero de los murales y, además, el más lejos de casa. Tenía los nervios a flor de piel, no sabía qué iba a pasar y, por muy preparado que lo llevara todo, había muchísimo margen a la improvisación (voluntariamente, pues así era el proyecto: muchas decisiones dependían de lo que se hiciera con el estudiantado el primer día). Pero fue divertido. No voy a negar que hubo algunas dificultades: la pared era preciosa, pero quizás un poco pequeña para que todo el mundo pintara a la vez, así que había que organizar los grupos y yo no sabía cómo entretener a quienes todavía tenían que esperar su turno. Lo disfruté muchísimo. Y me enseñó la importancia, física y psicológica, de ponerle hora límite al trabajo de cada día. En lo personal, fue un paso muy importante, pues además en Canarias conocí a personas muy interesantes con las que aprendí muchísimo fuera del instituto.