lechuza común
Tyto alba
Las historias con las lechuzas van actualizándose poco a poco, aunque, de momento, este retrato de perfil sea lo único que haya pintado de ella. Todavía tengo el original, ¡fue una de mis primeras aves! Está hecho con pintura acrílica sobre un papel din-A5 de 300 gramos.
Un grito ha roto la noche y nos ha calado los huesos.
Es un desgarro, un lamento, un estridente chillido,
mitad grave, mitad agudo, incierto.
Parece que es una persona que se aferra a los últimos hilos de la vida
que alguien le está arrebatando en ese momento.
Procede de una vieja iglesia, al lado de un cementerio.
Augura muerte, mala suerte, solo desastres.
Ya lo dijeron los romanos. Y después los cristianos.
Recogen almas y las queman: detrás del animal,
está el mismísimo diablo.
Tiene algo menos de un metro de envegadura y aproximadamente medio kilo de peso. El macho presenta el pecho blanco, la hembra exhibe motas pardas; pero el color, en general, es de crema amarillento. Son bolas de luz que no se ven porque la oscuridad es absoluta. Pero da igual la negrura del campo abierto: ellas cazan, en un vuelo silencioso, breve, lento. Roedores, aves, pequeños reptiles e insectos se verán atrapados por sus garras sin ningún presentimiento. Así ayudan a controlar las plagas que asolan los cultivos y por eso, en estos terrenos, no es difícil encontrar hileras de cajas nido.
Pero ellas no los construyen: aprovechan las ruinas y resquicios de edificios abandonados, de árboles maltrechos, de campanarios que antiguamente se teñían
con el hollín de velas y candelabros. Que, por cierto, también a ellas se las acusaba del robo del aceite de las lámparas, otro motivo más para odiarlas en aquellos tiempos.
Sus oídos están a distinta altura, como otras aves nocturnas. Esto les permite localizar más rápidamente a sus presas, basándose en la diferencia de tiempo de llegada de las ondas. El giro de 180 grados de su cabeza compensa la reducción del campo de visión de unos ojos frontales que, en cambio, les dejan distinguir la profundidad de los paisajes y sus elementos. Pero, si algo las caracteriza, es el disco facial en forma de corazón. Unas plumas más duras y rosáceas enmarcan esas dos pequeñas bolas negras que tanto atrapan en mitad de su cara blanca. La amplitud y la, esta vez sí, simetría del disco facial hacen las veces de antena parabólica: recoge los sonidos y los distribuye hacia los oídos, ayudando, aún más, a percibir el mínimo movimiento, el más leve susurro de un ratoncillo de campo.
Sin embargo, estas magistrales adaptaciones no sirven de mucho ante la transformación del entorno rural: el cambio de cultivos y de los enclaves de nidificación, el uso de insecticidas y rodenticidas, la construcción de carreteras y los atropellos son las causas principales de que sus poblaciones estén decreciendo, encontrándose ya en peligro, según el Libro Rojo de las Aves de España. Además, el comercio ilegal también ha llegado a afectarlas: su apariencia neoténica (rasgos infantiles: cara redonda, pico pequeño, etc.) ha fomentado su adquisición como mascota. Pese a que esto haya sucedido especialmente en Japón, por la influencia de la cultura kawaii, también sucede en lugares donde, en lugar de muerte, auguran buena suerte, como en Colombia. La emulación debido a los libros y las películas de la saga de Harry Potter también ha constituido otro factor de riesgo para el comercio en países como Indonesia. Y eso que el fallo de guion es garrafal: la compañera mensajera del protagonista no es una lechuza… es un búho nival.