grulla común

Grus grus

De este año no pasa sin ver un cortejo de grullas, me dije. Pero pasó. Y me quedé sin verlas. Sin embargo, sí que he acompañado durante unos segundos algunos de sus espectaculares y ruiodosos vuelos y también hice este dibujo. Fue un encargo y, junto con la garza real, se fueron a Galicia. Está hecho con pintura acrílica sobre papel din-A4 (29,7 × 21 cm.) de 300g. y, tras 8 horas, nos dejó ver un cachito del cuerpo de esta ave de gran tamaño.

Miden más de dos metros de envergadura. Tienen un cuello largo y estrecho, con una franja negra en la parte delantera, señalando el recorrido de una tráquea que, incrustada en la cavidad torácica, es una de las protagonistas de las increíbles danzas de cortejo que machos y hembras se dedican mutuamente cada primavera. En ellas, despliegan las alas, hacen reverencias, alzan la cabeza, posan de manera sincronizada, lanzan vegetación al aire y, sobre todo, gruyen.

Un pico versátil de color verduzco les sirve para alimentarse de raíces, frutos o pequeños insectos y lombrices durante la época de cría, cuando habita terrenos pantanosos y humedales; pero también para recoger bellotas y granos de cereal en invierno, cuando ocupan arrozales o dehesas de encina, antes de regresar a sus dormideros en marismas y embalses cercanos. Las adultas presentan un píleo rojo sin plumas y su plumaje, en general, es de un color ceniza que da el nombre francés a esas grullas que se quedan en terrenos galos: «grue cendrée».

Representan, dicen, las cualidades que todo príncipe debiera tener: perseverancia, sabiduría, previsión y silencio:

  • La perseverancia se ejemplifica en la leyenda de que, mientras el resto duerme, hay una que hace guardia, que reposa sobre una pata y que con la otra sostiene una piedra en alto para que, si se durmiera, la piedra caiga y la despierte de nuevo (la realidad es que no tienen capacidad prénsil alguna).
  • La sabiduría se refleja en que vuelan en V y que, aunque la guía rote, el grupo siempre volará bajo la dirección de una sola.
  • La previsión se encuentra en que, según textos más literarios que científicos, al volar, también cargan con piedras para evitar los envites del viento y mantener el rumbo.
  • El silencio, por su parte, está en que, supuestamente, también llevan las piedras y la arena en la boca para evitar gruir y que las águilas se las coman. O en que su cuello es tan largo que, antes de depositar la comida en su vientre, tiene que torcerlo tres veces: ojalá el ser humano tuerza su cuello tres veces antes de hablar, concluye el bestiario toscano. Otros textos dicen que tiran las piedras para reconocer si sobrevuelan tierra o mar. O que, al llegar a su destino, las regurgitan y que pueden convertirse en oro.

Además, las grullas nos dejan otro par de mensajes, ya desde la Antigua Grecia. Se decía que Gerana era una pigmea venerada por su pueblo como si fuera una diosa y que esta, entonces, no respetaba a las verdaderas divinidades y se mofaba de ellas. Así pues, los dioses (en concreto Hera), la castigaron, transmutándola en grulla. Se dice que Gerana no quería irse sin su hijo y que entonces lo buscó surcando los aires, con un tamaño tal que el pueblo, asustado, empezó a lanzarle palos y piedras. Por otro lado, se dice que Gerana lideró a otras grullas para atacar a sus vecinos y destruir sus cosechas. Estas guerras se conocen como «geranomaquias».
Los mitos y las leyendas surgen para dar respuesta a preguntas que, de otra manera, no podríamos responder. También para enseñar, educar y adoctrinar moralmente. En este caso, las moralejas son claras: no respetar a los dioses implica un castigo personal (la transmutación) y un castigo colectivo (cada año, las plagas arruinarán los cultivos).

Hoy en día, las geranomaquias no se dan a ese nivel, pero aún hay lugares donde la persecución directa por agricultores es una amenaza para ellas. El otro y principal problema para su conservación es la pérdida y la degradación del hábitat, sobre todo por la implantación de cultivos de regadío. Sea como sea, su llegada es esperada por muchísimas personas todos los años, que se congregan a partir de octubre para verlas volar y danzar antes de que vuelvan, en marzo, a partir. Porque es que en sus alas grises, dicen, vuela el invierno.

¡Hay grullas en la tienda!

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