águila
imperial ibérica

Aquila adalberti

Qué difícil es plasmar la majestuosidad del águila imperial ibérica en un cacho de papel. Qué difícil es que los pinceles obedezcan para dar la definición correcta, los tonos apropiados y, sobre todo, esa mirada penetrante que tiene esta ave emblemática y endémicia de la tierra que habitamos. Pero R. confiaba plenamente en que o conseguiría. Me pidió un din-A3 con printura acrílica para regalárselo a su pareja. Y aquí tenéis el resultado. 

Algunos nombres científicos son muy descriptivos. Otros, sin embargo, son reflejo de tradiciones, agradecimientos y me atrevería a decir que casi de peloteos. Es el caso del águila imperial ibérica, Aquila adalberti.

Todo comenzó un día en el que el doctor Brehm cazó dos ejemplares en 1861 en El Pardo, Madrid. Entonces, se desató un jaleo tremendo de cartas y paquetes volando de un país a otro, para que diversas gentes tomaran medidas de los cuerpos, de las plumas y de todo lo medible. Discutían sobre si se trataba de una especie nueva, de algún ejemplar sin nada especial que no se conociera o de alguna subespecie de alguna especie ya descrita. Tras años matando otros cuantos ejemplares y realizando nuevas mediciones, en 1873 se admitió por fin por la comunidad británica. Pero no quedó ahí la cosa, sino que en 1914 se reanudó el dilema, en 1976 volvió a considerarse especie independiente y aún había gente que seguía dudando.

Pero la cosa es que Brehm consiguió dedicársela al príncipe Adalberto, un buen amigo al que le debía su inclusión en la aristrocracia madrileña, como doctor oculista oficial, después de que ambos llegaran de Alemania en busca de mujeres españolas casaderas.

El plumaje oscuro con hombros nevados de las adultas, y el plumaje pardo rojizo de las más jóvenes ya aparecía en libros doscientos años atrás. Pero eso no se tiene en cuenta, y por eso se llama como se llama.

Eso no quita que sea uno de los animales más emblemáticos de nuestra geografía. Endémica de la península, se distribuye por el centro y el suroeste, allá donde haya bosques altos donde anidar y tierras abiertas donde cazar su presa principal: el conejo. Con una envergadura de hasta 2,20 metros, necesita nidos de hasta 2,40 metros de diámetro y de 1,80 metros de altura, y van creciendo a medida que los utilizan año tras año. Los construyen ambos sexos, a alturas de hasta 25 metros, aunque la hembra pone especial ahínco en su interior. Las puestas suceden entre febrero y marzo, a finales de abrir comienzan a nacer los polluelos, alguno que otro se va muriendo por falta de alimento y a partir de los 6 meses empiezan a independizarse.

Pero estas edades son las más peligrosas. En sus vuelos nómadas en busca de nuevos territorios donde asentarse, al veneno ilegal de los cotos de caza se le suma el riesgo de electrocución. La escasez de conejo, por enfermedades o su caza, la destrucción y fragmentación del hábitat (convirtiendo las masas naturales de vegetación en pinares, eucaliptales o edificios) y la contaminación (por ejemplo, por plomo, que afecta a la fertilidad de los huevos), son otras de sus amenazas.

Así que, si bien ha mejorado su situación desde la década de los 70, por los grandes esfuerzos de conservación que se han hecho… sigue estando en peligro de extinción. Y, para eso, no hay ayuda imperial: solo concienciación, inversión y protección.

¡Hay imperiales en la tienda!

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