avefría europea
Vanellus vanellus
Correteando en grupo, embarrándose las patas, brillando a la luz intermitente del sol de invierno y echando a volar en grandes bandadas de reflejos blancos. Así es la avefría europea, esta preciosa y enérgica ave que esta vez plasmé, durante unas 6 horas, en un din-A5 con pintura acrílica para Inés. Y así, ella y su pareja, más majetes que las setas, siguen construyendo una galería que no puede hacerme más ilusión. Mil gracias.
Las avefrías son unas limícolas iridiscentes: en su plumaje se esconden verdes y azules, con tonos ocres y purúreos que se desgastan hacia el inverno. Tienen el vientre blanco y un babero negro. Pero lo que más destaca es el penacho de su cabeza: una cresta de cinco o seis plumas negras que en hembras es más corta y en machos, más larga.
Son mensajeras de la nieve, dicen por los pueblos. Aquellas que migran comienzan a llegar a la península cuando el frío las desplaza en busca de las temperaturas sureñas. Pero eso también significa que aquí empezará a hacer más frío que antes. Como dicen por ahí: «la judia a l’horta, tanca la porta» (el avefría en la huerta, cierra la puerta). Y su propio nombre lo dice: desde el común «avefría» hasta muchos de los vernáculos más locales (navaeras, neveras, nevadera, aguanieves, moñuda neverina, aguzanieves…) la asocian con el frío, la nieve, el temporal.
Su nombre científico, sin embargo, nos deja ver otra característica: «Vanellus vanellus» viene del latín «vanellus», «que aventa». Y aventar no es otra cosa que expulsar, echar a a alguien de un lugar… y hace referencia al comportamiento agresivo que tienen las avefrías cuando necesitan proteger su nido o sus polluelos.
Pese a ello, son aves sociables. Se arremolinan en grandes bandadas antes de aterrizar en los barbechos, los arrozales y otros paisajes abiertos y húmedos donde se quedan durante, tal vez, solo algunos días. Allí corretean cortos trechos, paran de repente y se doblan para atrapar a la presa de la que van a alimentarse. Su fino oído les permite detectar las lombrices que hay bajo el suelo, o escarabajos, saltamontes, arañas o moluscos, pero también semillas y hierbas.
El cambio de las prácticas agrícolas ha reducido el éxito de su crianza: el uso de fertilizantes, la pérdida de los linderos o el arado suponen una amenaza. También la desecación de los humedales, la canalización de arroyos y ríos, la roturación de pastizales y barbechos (con una posible destrucción de nidos) o la depredación por otros animales nativos o introducidos también contribuyen a ello. La actividad cinegética se sigue sucediendo, aunque su impacto se disimula y desdibuja por las oleadas de las nuevas avefrías que vienen del norte de vez en cuando. Y eso que, como recoge alguna de las personas a las que entrevista Luis Miguel Gómez: «Yo las he matao con la escopeta, ¡sí!, cuando era chaval. ¡Sí!, pero tienen mu poca carne, na más que tién plumas. Están muy…, las pelas y no tienen na de carne» (2016).
Y es que, como recoge, parecen más grandes de lo que son en realidad. Pero en sus 28-31 cm. de longitud y sus 67-72cm. de envergadura, en sus ojos grandes y oscuros, en su pico pequeño y oscuro, en su corretear, se guardan historias y ciclos que muestran la cercanía de estas aves a las sociedades humanas. Al menos, antes de que el cambio climático les quite (o quitase) la necesidad de huir de los temporales.
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