ABEJARUCO EUROPEO
Merops apiaster
Hice este abejaruco con pintura acrílica sobre papel din-A3 (29,7 × 42 cm.) de 300 gramos. Tardé aproximadamente 10 horas, solo en pintarlo. Y lo empecé en el campo, en el mismo sitio desde el que todos los veranos mi abuelo me dice «mira, ya vuelven los abejarucos otra vez» y yo, como siempre, me quedo embobada descifrando su silueta puntiaguda y queriendo entender sus canciones. Fue un encargo, así que la lámina original se quedó en un pueblecito de Madrid. De vez en cuando, su dueño me manda fotos de la pared que va ocupando.
Los colores del abejaruco europeo recuerdan al verano. El azul verdoso de su pecho, más azulado en machos y más verdoso en hembras, se combina con el marrón rojizo de su cabeza y con el amarillo de su cuello, pero también con un collar y un antifaz negros como el carbón. Hay quien habla de arcoíris con alas y, de hecho, a esto hace referencia el nombre del abejaruco australiano en inglés.
Sus cantos colectivos copan los cielos de cultivos y otras zonas abiertas. Sus vuelos en bandadas van y vienen durante el período estival. Después, comienzan a migrar al continente africano, en un largo y peligroso viaje en el que tienen que esquivar depredadores como el halcón de Eleonora y calcular las corrientes, para que las fuerzas no se les agote en mitad del estrecho.
Sus nidos coloniales, túneles cavados en paredes de tierra posiblemente cercanas a ríos, quedan entonces vacíos. Al año siguiente, esos nidos tampoco vuelven a ser ocupados por sus habitantes: prefieren construir uno nuevo con sus nuevas parejas, si es que el río no se ha transformado en un canal rodeado por muros de hormigón.
Cuando los abejarucos marchan, las avispas y las abejas, y cualquier insecto volador en general, descansan de sus asaltos en pleno vuelo. Ya no hay nadie que las golpee y las frote contra superficies duras para quitarles el veneno antes de comérselas. Más difícil tienen, en cambio, deshacerse de los pesticidas que provocan la pérdida de tantos insectos o de los cambios de floración a causa de la crisis climática.
Pero también ciertas personas descansan, aquellas que se dedican a la apicultura y ven en el abejaruco una amenaza para sus colmenas, en concreto para las abejas reina que se lanzan a sus vuelos nupciales. Algunas de estas personas impregnan los posaderos de las aves con una sustancia tan letal como ilegal. Sin embargo, podrían protegerlas instalando mallas de sombreo y bebederos o ubicando sus colmenas bajo árboles, lejos de colonías de cría o de pasos migratorios.
Todavía no es muy marcado el declive del abejaruco… pero está dándose. Y es que no podemos notar lo que falta si no nos damos cuenta de que existe. Y, por ello, hay un pequeño primer paso muy importante: conocer, prestar atención y valorar a estas pequeñas aves que cada año pintan el cielo.