CIGuEÑA NEGRA
Ciconia nigra



Esta cigüeña negra es importante. Estaba destinada a una persona importante que me ha apoyado desde el primer momento, aunque no siempre he podido aprovechar su ayuda. Fue pintada con mucho cariño con pintura acrílica sobre papel din-A4 (29,7 × 21 cm.) de 300g. Al cabo de 10 horas, sus iridiscencias cobraban vida. Ahora está en un pequeños pueblo cerquita del campo.
La cigüeña negra esconde una gran cantidad de tonalidades en un irisado teñido de lo que nuestra inatención llama, simplemente, negro.
Las cigüeñas blancas están continuamente en nuestro imaginario. Constituyen estampas típicas de las iglesias de los pueblos o de las torres de la carretera y siempre han estado tan próximas a las personas que forman parte de leyendas y frases hechas que la cigüeña negra nunca ha podido protagonizar.
Pero me atrevo a decir que a las cigüeñas negras eso no les importa, ni siquiera les interesa. Viven evitando al ser humano, anidando en grandes árboles, cerca de las aguas poco profundas donde suelen alimentarse.
Miden entre 95 y 100 centímetros de longitud y, cuando abren las alas, pueden alcanzar los dos metros. Estos números las hacen un poquito menores y más ligeras que las cigüeñas blancas, pero eso no les impide volar grandes distancias para migrar. Ellas, que no están acostumbradas a la presencia humana, no quieren acomodarse en los vertederos que sí han modificado tanto los hábitos de sus parientes.
Mientras vuelan, puede distinguirse perfectamente el plumaje negro de sus alas y de su cabeza, así como el blanco de su parte inferior. Sus patas, su pico largo y puntiagudo y su carnoso anillo ocular son rojos en edad adulta, pero verdes grisáceos en su juventud.
Sin embargo, ese plumaje aparentemente negro tiene trampa. Si nos fijamos bien, veremos brillos metalizados de colores verdes, púrpuras y cobres. Y, tan pronto como esos tonos llegaron, volverán a esfumarse. Es lo que se conoce como iridiscencia: el color no depende de los pigmentos de las plumas, que darían lugar a colores fijos, sino de la queratina que cubre las bárbulas y la melanina que hay en ellas. Esas estructuras reflejan unas u otras longitudes de onda, que se separan o se juntan, dependiendo de cómo incida la luz, cuál sea su forma o desde dónde mire el individuo que mira.
Estos son los colores que me dejaron impresionada cuando pintaba a esta cigüeña negra. Qué difícil era sacar cada matiz. Especialmente, porque quería transmitir su fragilidad: reflejos temporales que se evaporan a cada respiración.
Me recordaron, por supuesto, a las pompas de jabón: empiezan siendo totalmente transparentes y, mientras suben y bajan, se expanden y se mecen por la brisa antes de explotar, se disfrazan de todos los colores que el ojo humano es capaz de percibir.
Y las preguntas están servidas: ¿qué verán otros ojos?, ¿estas pompas también explotarán?