Aves en Ruesca

10 DE ABRIL DE 2024

Entre los meses de marzo y abril, con pausas por lluvias y temporales, hemos desarrollado un mural infográfico participativo de más de 70m de longitud en Ruesca, Zaragoza. El mural recoge tres especies que, elegidas por el propio vecindario, representan los tres tipos de hábitats principales que hay en el municipio: la cogujada montesina en las eras, el jilguero europeo en la campiña y la culebrera europea en los pinares. Así, hemos hablado de las amenazas que enfrentan y, sobre todo, hemos construido identidad en torno a ellas.

Ruesca

Ruesca es un pequeño pueblo de 40 habitantes, ubicado en la provincia de Zaragoza (Aragón).

Tiene poco más de cuatro calles, pero todas ellas llenas de casicas con sus detalles personalizados. También hay una plazuela con un par de mesas de merendero y una barbacoa, que te invitan a sacarte un libro y un cuaderno y ponerte a dibujar entre florecillas. En esa plaza hay una fuente, con un caño al que las vecinas y vecinos van para coger agua fresquita para saciar la sed. Y también un graaan pilón (que no recuerdo cómo llaman), donde la vegetación y las algas hacen su parte y consiguen transformarlo en un rincón estupendo para renacuajos.

Además hay una iglesia con una torre, que es, por supuesto, lo más alto de toda esa zona del pueblo, de la cual Víctor está acabando de construir una réplica casera en su museo-bodega. Y un castillo, que, aunque solamente se conserve su torre de estilo mudéjar, es el lugar favorito de Eva.

El bar que hace muy poquito reabrieron Adrián y Silvia (con sus peques), está en el mismo edificio que el ayuntamiento, y justo al lado de un frontón que, en realidad, se usa como aparcamiento. Y por aquí y por allá hay casicas, que, para mi urbanita sorpresa, todo el mundo sabe identificar a simple vista en un mapa malamente dibujado (la única del tejado negro, por ejemplo, es la de Mari Mar).

Dentro del término también hay distintos hábitats. Están las eras, donde José Ignacio (entre otros muchos) va con su tractor levantando cogujadas. También está la campiña, con sus árboles frutales, sus viñas y, para la desgracia y reivindicación de Ruesca, un pequeño vertedero que están intentando quitarse de en medio. Por último, están los pinares: allí de vez en cuando la gente de la peña sube a pasar la tarde.

DESGRANANDO EL MURAL

Ruesca. Al mural había que darle un buen contexto. Sabíamos que no era cualquier ave la que íbamos a representar y sabíamos que todo tenía un porqué. ¿Cómo transmitirlo? Se nos ocurrió pintar, directamente, Ruesca. Sus casas, su iglesia, su castillo y sus alrededores. Así sabríamos dónde estaba cada hábitat, en qué consistía y qué aves había por allí. 

Cogujada montesina. O, como la llaman allí, «cudujada». Recorre las eras y canturrea, posándose muchas veces en lo alto de las hierbas, al contrario que su compañera la cogujada común. Además, tiene el pico más cortito y recto, igual que la cresta también algo más discreta. Pero, como la común, se alimenta de invertebrados y anida entre los cereales. Aunque, de primeras, era la especie más discreta, que más dudas generaba entre la gente, la mayoría coincidió diciendo que, al final, era la que más les gustaba.

Jilguero europeo. O, como lo llaman allí, «cardelina» o «cardelino». El jilguero es una pequeña ave que habita entre cardos y otra vegetación presente en la campiña. Vuela en grupo, generalmente en bandadas mixtas con pardillos, verdecillos y verderones. Con significados culturales muy potentes, sus cantos también los han llevado a una reducción drástica de su población en ciertas zonas del mapa. En este caso, 

Culebrera europea. Todos los veranos, se ve una pareja de culebreras sobrevolando Ruesca. Anidan en los pinares. Son una especie muy reconocible, porque es la rapaz de color más claro de nuestros cielos. Es blanca, con pequeñas y suaves líneas marrones. Los ejemplares adultos tienen una caperuza oscura. Las amenazas a las que se enfrenta vienen, sobre todo, de la destrucción de su hábitat: deforestación, incendios forestales, sustitución de los bosques por plantaciones simples… Además, las creecias y mitos sobre su alimento principal (serpientes y culebras), también llevan a que se reduzca la presencia de ellas.

Participación social e identidad: los ejes del proyecto

Si hay algo que me gusta de este tipo de proyectos, es que la gente se involucra muchísimo. Todo el mundo se conoce y sabe el esfuerzo que supone organizar una actividad, traer a una persona de fuera como puedo ser yo, acordar unas fechas, unas horas, aterrizar una idea. Y, como se conocen y se aprecian, quieren compartirlo, quieren disfrutarlo, quieren aprovecharlo.

No es algo que pase en todos los pueblos a los que estoy yendo, aunque ya empiezo a detectar patrones. Pero es verdad que la participación en Ruesca me ha dejado alucinada y casi que enamorada. Y esa es una de las claves del proceso.

1. Taller para bocetar

El primer día nos reunimos en las piscinas para conocernos, presentarnos, profundizar un poquito más en las especies que previamente habíamos votado. Se dividieron por equipos y esquematizaron la información en distintas plantillas de su trocito de pared.

2. Talleres para pintar

Más adelante estuvimos horas y horas y horas pintando el mural. De nuevo por equipos, pero cada vez más difusos porque todo el mundo acabó haciendo de todo, fueron plasmando sus bocetos en la pared: ¡dibujos y textos incluidos!

3. INAUGURACIÓN

Tras una gran contrarreloj el último día, ¡el mural estaba terminado! Ahora tocaba celebrarlo, entre amigos, música en directo y unas cuantas tapitas ricas preparadas con mucho cariño.

Este verano, las piscinas tendrán un nuevo atractivo: ese que han logrado los vecinos y vecinas de Ruesca, con sus ideas y con sus manos, pese a que dijeran que no sabían pintar, que no se atrevían a poner el pincel en la pared, que preferían mirar. Ahora conocen la historia de tres especies importantes para el pueblo, que pueden verse sobrevolando ese lugar. Y, lo más importante: pueden contarlo al resto de gente y que cada vez haya más personas que las conozca, que sepan que existen… y que se den cuenta de si, de repente, se dejaran de ver.

Las emociones tras el mural

Siempre me gusta hacer un poquito de análisis emocional de cada proyecto en el que participo. Últimamente, la vida va tan deprisa que me cuesta pararme a procesar todo lo que ha pasado; sin embargo, con Ruesca ha sido inevitable. Me acogieron de una forma tan bonita, me dejaron vivir allí durante unos días, me acompañaron en meriendas y cenas, me invitaron a comer, me enseñaron el museo con toda la ilusión que le cabía en el cuerpo a Víctor, me dieron chocolate calentito el día de nieve… Me enseñaron el valor de la comunidad, de lo que, literalmente, era una gran familia. Además, también recibí ayuda muy valiosa antes, durante y después: personas como Gonzalo, de pajaricopintor, me echó un cable muy valioso para identificar los hábitats y las especies más notables de la zona, me hizo de envidiable guía turístico y ornitológico y me regaló unas maderitas chulísimas que estoy deseando pintar.

Cuando vas a un pueblo y, tras apenas unos días, te dan ganas de vivir allí, es que ese sitio es importante. Si, además, las personas que viven allí te dicen «¡vente a vivir aquí!», ya te planteas demasiadas cosas. Así que volveré por allí, a ver qué tal está el mural, a ver qué tal están Eva, Bea, Berta, Miguel, María, Cristina, Lucía, Begoña, Montse, José Ignacio, Lisi, Peña, Ana, Víctor, Adrián, Silvia, Fer, Miriam y el resto de personas con las que tanto he aprendido.

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Murales entornados es un proyecto de intervención psicosocial que utiliza el mural científico e infográfico como vía para el cambio socioambiental. Mediante técnicas participativas y talleres dinámicos, implica a la población en su ideación, diseño y ejecución, con la intención de que se sienta parte del proceso y del resultado, de que aprenda sobre las especies escogidas a través de la observación y de que se apropie, y por lo tanto cuide y proteja, ese espacio y esa biodiversidad en el futuro.

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