Avión común

Delichon urbicum

Hay especies que recuerdan a miembros concretos de la familia. En concreto, este avión común fue un encargo que una chica majísima quería regalarle a su madre. ¡Así que la lámina original voló a Galicia a finales de 2020! Estaba hecha con pintura acrílica sobre papel din-A4 (29,7 × 21 cm.) de 300g. y me llevó cerca de 6 horas de trabajo.

El avión común construye sus nidos mientras yo intento construir a ambos sobre papel.

Pocos años he sido consciente de la presencia de las aves sobrevolando la ciudad. Este año, afortunadamente, ha sido uno de ellos. Elegantes golondrinas, con sus colas ahorquilladas y su garganta granate, atravesaban las zonas más bajas. Los vencejos, incansables, surcaban las zonas más altas. Y, entre medias, unas pequeñas aves de obispillo blanco abarcaban el espacio restante.

Hembras y machos volaban rápida y ágilmente. Hacían acrobacias para cazar moscas, mosquitos y pulgones. A veces se posaban en cables. Otras veces, aunque yo no pudiera verlo desde mi ventana rematadamente urbana, lo hacían sobre ramas desnudas o sobre el suelo. Allí, en caminos o en charcos, buscarían el barro que luego trasladarían a cornisas, paredes, techos, puentes o incluso cuevas y roquedos de alta montaña.
No necesitan más que barro para que cualquier hábitat sea idóneo para criar: tal es su especialización en el aire. Por ello también tienen unas pequeñas patas, recubiertas de plumas blancas; unas alas largas y apuntadas; y un pico negro, corto, plano, con una boca muy ancha.

Catorce centímetros de pájaro, cargados de chirrrp y siiip, se emparejan con otros catorce centímetros de pájaro. Si no reutilizan el del año anterior, juntos construyen, en apenas diez días, un nido a prueba de gorriones. Bolas de barrio, paja, hierba seca y saliva constituyen una mezcla perfecta que resiste durante años. Allí, la pareja, monógama social pero no genéticamente, incuba durante quince días y ceba a sus pollos, regurgitando los insectos cazados, durante veinte o treinta días, hasta que estos vuelan. A partir de entonces, su vida podrá alcanzar los catorce años, yendo y viniendo entre casi cualquier parte del mundo… y África subsahariana, donde inverna.

Atravesar el Mediterráneo y el Sáhara no es tarea fácil. Aguantar la contaminación atmosférica de la ciudad, tampoco. Que los bichillos de su dieta soporten el uso indiscriminado de plaguicidas, mucho menos. Pero que sus maravillas arquitectónicas sobrevivan a los escobazos de personas que no saben que pueden poner una bandejita para que no manchen… todavía peor. Estas acciones (y otras no tan individuales) acaban con algunas de esas colonias que duran años; pero, además, es difícil que creen nuevas, porque los edificios altos de ladrillo tienen pocos recovecos para ellos o porque esos caminos y esos charcos con tierra están desapareciendo.

Pocos años he sido consciente de la presencia de las aves sobrevolando la ciudad. Este año pude ser consciente de cómo los aviones y sus compañeras iban marchando, dejando tras de sí una ciudad con menos mosquitos. Este año me he fijado, porque este año ya los conocía. ¿Quienes no sepan lo que es un avión común también se darían cuenta si desaparecieran?

¡Hay aviones en la tienda!

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