petirrojo europeo
Erithacus rubecula
Este encargo me encantó. Además de conectar con un lugar que cada día es más importante para mí, este petirrojo tenía que simbolizar a un bebé que había nacido hace poquito y que, sin embargo, tenía la misma curiosidad en los ojos que este pajarillo tan popular… y que por tantos nombres se le conoce.
Fue en din-a5, lo hice en el campo durante varias horas seguidas y, acto seguido, voló hasta Bélgica.
No recuerdo la primera vez que vi un petirrojo.
Supongo que sería muy pequeña y que ni siquiera tendría conciencia sobre quiénes eran los pájaros.
Me imagino estar con mi abuelo en la casita que tienen en el campo y a él, con sus ojos azules cargados de emoción, decirme: «Lou, ¿oyes eso? Es un colorín.»
Ahora creo que, cuando le enseñe a mi abuelo la foto de este dibujo, también se emocionará. Y me dirá algo que siempre me dice, incluso desde la primera ave que pinté (esa que en realidad estaba fatal): «¡si es que parece que está vivo! Te lo digo yo, que los he tenido en mis manos… ¡Anda que no los cogíamos cuando éramos jóvenes! Pero ahora ya las cosas han cambiado: no podría, no tiene sentido.»
Y es que, con sus apenas 15 centímetros, más o menos, de longitud, parece que este pajarillo nos alegra cualquier amanecer, canturreando o reclamando desde las ramitas bajas de los árboles. Es muy fácil encontrarlo si buscamos el destello rojizo de su pecho, aunque nunca sepamos si se trata de un macho o de una hembra. Y, seguramente, la imagen que nos venga del petirrojo será esa en la que está gordito, tal vez rodeado de nieve, pues ahueca sus plumas para generar una capa de aire que lo aisla y lo mantiene caliente.
En invierno es mucho más sencillo verlo, claro. Porque, aunque esté durante todo el año, sobre todo en la mitad norte peninsular, es en la estación fría cuando se unen un montón de petirrojos procedentes de toda Europa. Entonces pueden cambiar su dieta y comer frutos en lugar de sus habituales hormigas, escarabajos o arañas. Pueden aumentar su masa hasta 5 gramos o, lo que es lo mismo, ¡pueden pesar hasta un tercio más!
Pero, si en algún sitio podemos encontrarlos sin el menor atisbo de dudas, es en las tarjetas navideñas. El petirrojo es símbolo de la navidad. Algunas explicaciones cuentan que el pecho rojo se debe a la marca que le dejó el fuego que encendía en el establo para calentar al niño Jesús. Pero otras no datan de tan antiguo, sino de finales del siglo XIX: por aquel entonces, las ansiadas noticias de los familiares venían en un sobre manuscrito, de la mano de un cartero vestido con una chaqueta roja… y era este cartero quien aparecía en las postales, hasta que, poco a poco, fue sustituyéndose, metafóricamente, por estos pequeños paseriformes.
Sea como sea, está claro que el petirrojo forma parte de la cultura popular. Solo hay que ver la cantidad de nombres que recibe, según la comarca en la que preguntemos. Muchos nombres vernáculos se basan en metáforas, como pimienta (por el color del colorante) o calderero (por el color cobrizo de los calderos) o frailito (por el color del hábito de algunas órdenes religiosas). Otros surgen de imitar los sonidos que emite, como chichipán, tatachín o pichichín, con repeticiones silábicas muy melodiosas. Otros reflejan sus costumbres o el hábitat, como nevero, cañamero, aceitunero o cualquier otro que podamos imaginar. Otros se guían por la relación que se establece con las personas, como burlapastores, trepacarretas o cagastiles, que más ilustrativas no pueden ser. Y otros, se apoyan en la mezcla de varias de las anteriores pichirichi o papogorri (mezclándolo con euskera).
Y lo más bonito de todo es que, esta falta de unidad parece deberse a que, por muy carismático que sea, este pajarillo «no tiene utilidad» para el ser humano. Ni se come, ni se cría, ni es alimaña ni nos hace daño, por lo que no es necesario compartir información práctica. Así pues, todos estos nombres, todas estas descripciones, surgen de la necesidad de hablar de alguien que nos despierta curiosidad por el mero hecho, simplemente de estar ahí.
La misma curiosidad que se refleja en sus ojos desde que son polluelos pardos con motitas doradas.