Gorriones comunes
Passer domesticus, macho y hembra
¿Se puede destacar los rasgos más importantes de dos individuos tan curiosos en un espacio tan pequeño? Era todo un reto. Pero es que JK siempre me encarga retos. Así que lo disfruté muchísimo. Tras varios bocetos, lo hice en din-A5 (14,5 × 21 cm.) de 300g. con pintura acrílica. Me llevó aproximadamente 7 horas de trabajo, solamente pintarlo. Y, como siempre, me hizo fijarme en detalles que, por muy cerca que los tengamos, no somos capaces de ver…
«Los gorriones son los niños del aire, la chiquillería de los arrabales, plazas y plazuelas del espacio. Son el pueblo pobre, la masa trabajadora que ha de resolver a diario de un modo heroico el problema de la existencia. Su lucha por existir en la luz, por llenar de píos y revuelos el silencio torvo del mundo, es una lucha alegre, decidida, irrenunciable. Ellos llegan, por conquistar la migaja de pan necesaria, a lugares donde ningún otro pájaro llega. Se les ve en los rincones más apartados. Se les oye en todas partes. Corren todos los riesgos y peligros con la gracia y la seguridad que su infancia perpetua les ha dado.»
Así empezaba el último cuento que Miguel Hernández escribía desde su celda. Dicen que está inconcluso. Que al día siguiente, murió.
Y el gorrión era el protagonista de esta historia que te invito a buscar. Porque los gorriones siempre están. Miremos donde miremos, seguramente encontremos a alguno de ellos dando pequeños saltitos y revoloteando, en su búsqueda afanosa de insectos o semillas que llevar a sus polluelos.
Se juntaron al ser humano allá por el Neolítico, cuando empezamos a almacenar el grano. Se extendieron con nosotros y nosotras por todos los continentes menos la Antártida. Se han adaptado a todos nuestros cambios de la mejor manera que han podido. Y, sin embargo, sus poblaciones están en declive en todo el mundo.
Los automóviles y los trenes sustituyeron a los carros y los caballos: desaparecieron los excrementos y las cuadras que les facilitaban alimento y refugio. En los sesenta, los pesticidas estaban descontrolados: acabaron directa e indirectamente con grandes cantidades de gorriones. Están al borde de extinguirse en grandes ciudades europeas y asiáticas, en Estados Unidos y en Australia (allá donde los colonos los introdujeron porque querían verlos en sus jardines) también están cayendo en picado.
Las nuevas fachadas de hormigón o de cristal, la demolición de edificios antiguos, los parques de cemento y de plástico, sin verde o con verde que acaba talado, la comida basura de origen humano que debilitan su (¿nuestro?) desarrollo, la contaminación atmosférica, lumínica y acústica… todo ello ha hecho que, en apenas una década, en España hayamos perdido a 30 millones de gorriones comunes o, lo que es lo mismo, poco menos de un cuarto de su población.
Pero siguen ahí. Y tanto nos hemos acostumbrado a ellos, que nos cuesta verlos de verdad. Tanto nos hemos acostumbrado a ellos, que su plumaje, pardo grisáceo, ya no nos llama especialmente la atención. Hasta que los vemos de cerca y nos percatamos de la cantidad de tonalidades que esconde. Tal vez solo sea cuestión de pararse y ver de verdad. Porque, seguramente, veamos más cosas de las que parecen.