frailecillo atlántico
Fratercula arctica


Imagina que llevas 8 horas pintando y que, cuando ya solo te falta un par de horas más, se te escurre el pincel de las manos y el papel se mancha. ¿Qué haces? Intentas borrarla, pero se embadurna más. Intentas disimularla y acabar el resto de la ilustración, pero ya no te convence, porque, aunque no se note mucho, tú lo ves. Así que, al final, lo repites. Y otra vez la pintura acrílica empieza a cubrir el papel din-A3 (29,7 × 42 cm.) de 300 gramos, pero ahora ya con mucho más cuidado todavía. Fue un encargo, que acompañó a otros encargos y que voló a Cataluña, donde ahora estará en la pared de alguno de sus hijos, fans absolutos de la biodiversidad.
Quien sabe cómo pinto, sabe que, para mí, el ojo siempre va al final. Es lo que acaba de dar vida. Y me encanta que la vida brote de golpe, mientras nos hacemos conscientes de que, en realidad, es el resto lo que da estructura a esa vida.
En este caso, el pico, por distintivo, por característico, por ser aquello que hace tan curioso al frailecillo, me hizo plantearme si realmente quería dejar el ojo para el final… o el pico.
Y es que su pico no es así durante todo el año ni durante toda su vida. En invierno, su cara es más oscura, sus ojos carecen de esos adornos coloridos con los que lo pinté y su pico tampoco tiene las placas tan anchas y llamativas.
Pero es esa vivacidad temporal, esas proporciones caricaturescas, las que han convertido al frailecillo en una de las aves más emblemáticas de una buena parte del globo terráqueo. Aparece en sellos, en series, en dibujos animados, en logotipos y en festivales de música. Sus islas preferidas, lo más lejanas e inhabitadas posible, han servido de escenario a algunas de las películas más famosas de la historia.
Durante el cortejo, frotan y entrechocan sus picos en un ritual conocido con el nombre de billing. Con él atrapan numerosos arenques, espadines y anguilas de arena que luego se comerán. También lo utilizan para recoger cualquier cosa que puedan aprovechar para la construcción de su nido: desde plumas hasta algas… pasando por trocitos de cuerda y de papel que han logrado alcanzar esos lugares remotos.
Es en época reproductiva cuando llegan a estas tierras, en grandes bandadas de cientos o incluso decenas de miles de individuos. Sus nidos son madrigueras con un metro de longitud y en ellos ponen un solo huevo, como es habitual en aves marinas con bastante longevidad. Los polluelos, ocultos durante seis semanas, son prácticamente invisibles, hasta que un día, se deciden a salir volando.
Si tienen suerte. Porque en muchas ocasiones, en las últimas décadas, la reproducción no es especialmente exitosa. Con años y años de acumulación de inconvenientes, las poblaciones de frailecillo atlántico comienzan a enfrentarse a un problema complicado de resolver. Los peces de su dieta cada vez son más escasos debido a la pesca industrial y al calentamiento del agua y su efecto sobre el plancton y el resto de la cadena. El frío extremo y las grandes tormentas repentinas han causado en más de una ocasión la muerte de miles de crías al mismo tiempo. Y es en esta época en la que son más vulnerables a la presencia de depredadores invasores que proceden de escapes o de introducciones humanas.
Sin embargo, y sin ánimo de transmitir tintes de desasosiego e inacción, la mayor invasión es la que produce el ser humano de la manera más directa posible.
Su carne, que se cataloga como exquisita, es muy apreciada tal vez no solo por su sabor, sino por su rareza y el riesgo que es necesario correr para catarla. Forma parte de la gastronomía típica islandesa y se exporta a distintos países en los que su caza ya ha sido prohibida. Pero en Islandia, aún permanece. Hay británicos que pagan miles de euros por ir a matarlos allí, por trofeo, por diversión. Aun teniendo en cuenta que la caza fue una de las actividades que más mermaron a su población durante el siglo XIX y que apenas en doce años, se cargó al 97% de los frailecillos que pasaban sus primaveras en unas islas frente a Bretaña.
Muchas decisiones que tomar. Muchas percepciones sociales que cambiar. Mucha empatía hay que generar, para que, aunque no veamos los problemas que generamos a corto plazo, pongamos medidas y actuemos cuanto antes.
A fin de cuentas, los picos de los frailecillos brillan bajo luz ultravioleta y sabemos que eso ocurre, aunque no sepamos por qué, aunque no seamos capaces de percibir ese espectro de luz.